sábado, 2 de junio de 2007

pan con tomate..









Anoche me quedé tarde conversando con alguien y dentro de los temas por los que se paseó la conversación, hubo uno que me quedó dando vueltas... y que en días fríos como hoy, impajaritablemente vuelven a la memoria.

Hablamos de la pobreza, de lo mucho que aún queda por hacer y del sentimiento que provoca el ayudar a otros que han tenido menos fortuna de la que tenemos.

Me prometí, que algún día iba a contar esta historia y al recordar la conversación de anoche, pensé que era una buena ocasión para hacerlo.

Hace un par de años, cuando estaba en la universidad, participé en trabajos de verano, en que estudiantes de distintas carreras y universidades, nos unimos con el único fin de ayudar, a instancias de un amigo de mi hermano. El trabajo era a pulso, ya que ninguna ONG, empresa, ni organización social nos ayudaba, sólo fue la choreza y las ganas de "hacer cosas". Fui a varios trabajos, así que hay muchas anécdotas y vivencias que compartir, las que irán apareciendo de a poco en estas páginas.

El trabajo se centró en Curanilahue, una ciudad al sur de Concepción que tiene altos índices de pobreza, desempleo y como consecuencia, con una tasa de alcoholismo y desesperanza que yo no había visto. Era una realidad que no conocía de cerca y que me conmovió profundamente.

Nuestra misión era arreglar las casas de los más necesitados, poniendo plumavit por dentro en paredes y techo para aislar un poco el frío, arreglar las latas del techo, o pintar los exteriores con aceite quemado para impearbilizarlas.

Uno de los días de trabajo, a mi grupo le tocó una casa en que había una mujer que debe haber tenido incluso mi edad, pero se veía bastante mayor, estaba sola y como con seis chiquillos mocosos y sonrientes revoloteando como mariposas alrededor nuestro. Mientras trabajabamos en arreglar la casa, cantábamos, tirabamos una bromita o conversabamos con la dueña de casa; los niños nos tapaban a preguntas, querían que dejaramos de trabajar para que jugaramos con ellos y les pusieramos atención.

Si este blog va a ser mi "central de desahogos y confesiones", reconozco que me chocó el fuerte olor a orines que se desprendía de la parte trasera de la casa, porque que no tenían baños... llegaba a estar mareada, entre el fuerte sol que me pegaba en la cabeza y los olores mezclados. Me daba pena e impotencia ver a los niños sucios o con piojos y todo eso me causó un rechazo que me dolió en lo profundo del corazón.

Yo estaba ahí para ayudar, yo quería ver la dignidad de la gente para la cual estaba trabajando, sin embargo, me costaba... Me sumergí en mi trabajo, haciendome la lesa cada vez que una niñita de unos tres años, me tiraba del pantalón para que le prestara atención y jugara con ella.


Tuve un fuerte juicio moral contra mi misma porque tenía miedo de pegarme los piojos, o de tomar a la niña en brazos, que estaba pasaba a pipí...tenía ganas de llorar porque me sentía "mala", y poco consecuente, tenía ganas de trabajar, pero a la vez quería salir corriendo de ahí al toparme tan crudamente con una realidad que la mayoría de las veces vemos tan de lejos. Pero soy humana! y ahí me di cuenta más que nunca de mis propias miserias.

Mientras martillaba, pintaba y acarreaba materiales, pedí fuerzas, me sumergí en Dios y le pedí que me ayudara a no ser débil... creo que dió resultados, porque despues me relajé, dejé de pensar en mí y me centré en lo que me había llevado hasta allí.

Hice acopio de mi buen fiato con los cabros chicos y en el rato de descanso, me puse a jugar con ellos, incluso con la de los piojos, niuno solo se pasó a mi cabello largo, ni volví a sentir rechazo a nada de lo que estaba ahí. Dejé de sentir pena, no solo por lo que veía, sino que pena por mi misma y mis debilidades; y luego me invadió una profunda alegría y un sentimiento de estar haciendo lo correcto, que si yo estaba en ese lugar era por algo y que los importantes en todo ese cuento eran las familias y no nosotros.

Nuestro trabajo era de las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde. A la hora de almuerzo nos íbamos al colegio donde estaba alojando el grupo de casi cien jóvenes que nos dividíamos por sectores. Pero la casa en la trabajamos ese día quedaba lejos, así que no fuimos a almorzar, estabamos haciendo una "vaquita" para comprar algo entre todos, cuando llega corriendo el niño mayor de la casa para avisar que "estaba todo listo"... la señora había preparado el almuerzo para todos.

Dentro de su pobreza y de sus carencias, sólo le alcanzó para un pan con tomate para cada uno...Ella gastó su plata para darnos de comer a nosotros, era su forma de darnos las gracias y que estuvieramos más cerca, sin diferencias... nos quedamos con un nudo en la garganta, así que lo que habíamos reunido se lo dejamos a ella.

Sin ser exagerada ni melodramática, recuerdo que dimos las gracias emocionados por el gesto, unos rezaron también y luego todos juntos nos sentamos a comer, unos en el suelo, otros en las camas, habíamos trabajado a pleno sol, así que saboreamos el almuerzo; una bebida y pan con tomates... rojitos, sabrosos, jugosos.

Ese día aprendí lecciones que recuerdo hasta hoy y además probé el pan con tomate más rico, de que tengo memoria...




1 comentario:

Pacotronix dijo...

simplemente wow!!!
besos
te quiero mucho